A los pocos días del comienzo de la guerra de Ucrania, el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, daba la orden de prohibir las importaciones de gas y de petróleo provenientes de Rusia, suministros que apenas cubrían un 10% de las necesidades energéticas del país, asegurando que la repercusión en el incremento del precio de la gasolina para los ciudadanos sería la menor posible.
El caso es que USA, si no fuera por su descomunal demanda interna, tendría suficiente capacidad para garantizar su independencia energética, por lo que a los combustibles fósiles se refiere, gracias a la aplicación del polémico fracking y a la reciente explotación de la Cuenca Pérmica, la llamada pequeña Arabia Saudí dentro del territorio estadounidense.
Sea como fuere, y a pesar de las enormes expectativas generadas y de las inversiones realizadas en la extracción de gas y petróleo, el conflicto ucraniano ha acelerado los planes de Estados Unidos por evolucionar decididamente hacia las energías renovables, que actualmente tienen un peso de un 12% en su consumo energético total (50% solar y eólica y un 40% biomasa, como componentes principales).

Según recoge el prestigioso investigador y divulgador Enrique Dans en uno de sus últimos artículos, «Energía solar por todas partes» , la inversión necesaria para que el único tipo de energía existente en todo el extenso territorio norteamericano fuera la fotovoltaica sería de unos 16 billones de dólares, resultado que se obtiene al estimar que se necesitarían unos 160.000 millones de paneles solares con un precio unitario aproximado de 100 dólares por placa, a valoración actual, incluyendo la repercusión en los costes de la construcción de las plantas fotovoltaicas y la conexión a las mismas.
Estados Unidos, el país más rico del mundo, prevé un PIB de 25,3 billones de dólares para 2022 y tiene una extensión de casi 10 millones de km2. Extrapolando los cálculos anteriores al caso de España, cuya superficie es un 5% de la estadounidense, y un PIB unas 18 veces inferior, la inversión necesaria para alcanzar el objetivo de un país enteramente solar no llegaría al billón de euros, a precios de hoy.
En otro contundente artículo, «El fin de las mentiras: un mundo con un 100% de energías renovables es posible» , de obligada lectura, Dans argumenta que: «Tecnológicamente se puede hacer …, Podemos poner fin a la era de quemar cosas, podemos abastecernos únicamente del sol y del viento, y hacerlo no tiene por qué suponer sacrificios, únicamente inversiones que, financieramente, tienen todo el sentido del mundo».
Sin embargo, otros expertos, como el profesor de Economía de la Universidad de Vigo, Miguel Rodríguez Méndez, opinan que la energía necesaria para abastecer a todo el planeta no puede provenir exclusivamente de fuentes renovables, por lo menos a medio plazo, a causa de las inevitables irregularidades climáticas.
España, a diferencia de otros países europeos, tiene una escasa dependencia del gas ruso, con un peso de apenas un 9% de las importaciones, siendo nuestros principales proveedores, precisamente Estados Unidos, con un 15% (no deja de sorprender que exporte gas por un lado y lo importe por otro) y, sobre todo, Argelia con un 43%, pese al reciente conflicto surgido con este país por la cuestión del Sahara Occidental,
En cualquier caso, España – que es el tercer país de la Unión Europea con más instalaciones fotovoltaicas realizadas- a raíz de la eliminación del llamado impuesto al sol en 2019, y dada su privilegiada situación geográfica, tiene la oportunidad y la responsabilidad de convertirse en un modelo a seguir en la apuesta por la transición energética.
De momento, en abril de este mismo año, se alcanzó el hito histórico, puntual, de que el 40% de la electricidad consumida por las empresas y hogares españoles se generó por medio de las energías fotovoltaica y eólica. Ese es el camino.